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  • El concepto político que aparece en el carnaval: Política profesional v/s Política creativa

En la escuela el tema de la política siempre ha sido un tema conflictivo, al punto que todavía no tenemos un claro discurso que le expresemos a la gente cuando carnavaleamos. Hay muchos que le restan importancia a este delineamiento, puesto que sienten una profunda apatía y desconfianza hacia el mundo político profesional, en el cual pareciera que más que apelar por los intereses de la gente, se negocia como si fuera otra empresa más, donde se pretende lucrar. La política profesional, donde los partidos son la máxima expresión, padece de un descrédito enorme, producto de que éstos no representan a una gran parte de la sociedad, lo que se ve reflejado en que hay un gran porcentaje de gente que no está inscrita para votar en las elecciones, lamentablemente el más recurrido método que legitima las democracias desarrollistas contemporáneas.

Tenemos pocas muestras de lo carnavalesco hoy que lleguen a penetran en unas consciencias que están muy cegadas por el individualismo posesivo imperante, en donde el Bajo Pueblo, a diferencia de tiempos anteriores, no tiene una identidad ni anticlerical, ni de clase, como la que existió en la época feudal y en la época moderna, en donde nacía el industrialismo, y había una real la lucha dialéctica y concreta por los medios y modos de producción.

En nuestro país, la dictadura fue un período negro en nuestra historia que, aparte de cobrar muchas vidas y generar bandos de opinión opuestos que aún persisten aunque de forma solapada (porque hay un acuerdo tácito en la base económica de mercado), entre otras cosas, fue una época que intentó suprimir toda actividad humana que pudiera tener ligazón con la política, porque ésta implica necesariamente una crítica a la forma en que dirigimos nuestra vida.

Nuestro carnaval al igual que en sus inicios tiene que ver con una crítica a los poderes oficiales, desde una crítica e invitación a superar la pereza corporal a la que tienen sometida en gran parte las largas jornadas laborales que no dan cabida al tiempo de ocio, y el imperio de los medios masivos de comunicación que no exigen a un ser humano activo en términos de movimiento corporal y de iniciativa de cambio sino de adecuación ante la novedad dada.

Aunque la vuelta a la democracia en los noventa sea un gran logro de la gente que voto por el NO en el plebicito del 89, la Concertación ha propiciado un modelo político y un sistema ecónomico que traduce a la democracia sólo en términos formales, por lo cual vemos que en lo concreto siguen gobernando las mismas élites que siempre han estado presentes, aunque ahora a través del capital adquisitivo. Esto pareciera un asunto ya casi natural, y por esto la mayoría de la gente piensa que las cosas no podrían ser de otra forma.

Sin embargo, el carnaval que estamos volviendo a crear, en el cual se rescatan tradiciones culturales chilenas que se estaban perdiendo, al punto de que podríamos ser un cadáver para algunos, es y plantea una actividad creativa humana que se abre a la gente sin miramientos, en vistas de la participación conjunta de un proyecto que tiene otra visión de mundo distinta a la actual. Tenemos que comprender que esta es la base de todo origen político, la mera participación conjunta de los hombres en un quehacer discursivo y práctico aunque seamos muy distintos, lo que se refleja en nuestas prácticas cotidianas y en nuestra opinión diversa.

En este sentido, como estamos armando una creación conjunta que podría tener ribetes críticos a los grandes poderes fácticos, se hace necesaria una organización que permita la confluencia de opiniones, lo cual se concretiza en nuestras asambleas y en cada una de nuestras salidas la calle. La asamblea, aunque pueda resultar tediosa para algunos por su heredado desinterés político, es uno de los momentos que nos permite ir formando una identidad que todavía se nos escapa, pero que está por venir en la medida que hagamos los respectivos esfuerzos.

El carnaval es una acontecimiento político, social, cultural, que invita a la gente a hacer suyas las calles saliendo de sus casas, construyendo en el festejo, que implica el despliegue y unión de los cuerpos, y al mismo tiempo puede ser la expresión de nuevas ideas y hechos, que no han podido ser dichos e informados, por el inminente control de los poderosos de los medios de comunicación masivos.

En este sentido, el carnaval como acontecimiento político, permite la aparición de identidades nuevas, en la medida que en este se expresan discursos que no necesariamente están siendo representados y dichos en la gran esfera pública estatal, los cuales se conflictuan con las identidades ya inscritas en el terreno que se dice de todos.

Sin embargo, creo que no nos estamos haciendo entender todavía, pudiendo aparecer como una fiesta más sin sentido. Falta fortalecer y expresar nuestro discurso en las calles, y esto va de la mano con que nos demos en la palabra a la gente. Se hace necesaria la copla de alguno de nuestros compañeros comparseros, que interrumpa armónica y melódicamente nuestras músicas y bailes, o un figurín alferez, o el regalo escrito de las canciones que tocamos a la gente, o lisa y llanamente nuestro discurso explícito. En difinitiva, alguna manifestación oral o escrita que le exprese claramente lo que queremos decir a la gente que comparte con nosotros el carnaval, así dando cuenta los sujetos históricos que somos, en la medida que nos demos cuenta que cada uno de nosotros es constructor de mundo. Pero esto parte, porque creamos y entendamos lo que estamos haciendo y porque volvamos a tener una confianza en el otro que se ha perdido.

Nosotros hoy por hoy, no podríamos decir que estamos ante los imperios de la Iglesia y del Estado, en un siglo XXI, en donde las empresas transnacionales que exceden toda ley nacional, llegan a imperar. Por lo cual, tenemos que buscar a que poderes criticar con vehemencia y al mismo tiempo, reinterpretar lo sagrado que implica toda manifestación carnavalera en Latinoamérica. La vergüenza, la culpa y la seriedad son los grandes dioses urbanos que tenemos que vencer, si realmente pretendemos ser populares y abarcar a todo el pueblo. Se hace necesario un cambio societario que nosotros podemos crear en la medida que nuestro discurso sea claro, para que las manifestaciones artísticas que algunas vez tuvieron cabida vuelvan a ser tan penetrantes. Se hace realmente necesario que la chinchintirapié, tenga aparte de una propuesta corporal y musical, un discurso explícito que dé a entender esta novedad.

Por Esteban Mendez / Chino


Bibliografia recomendada:
* Hannah Arendt, “La condición humana”. Editorial Paidós, 1993.
* Jacques Ranciere, “El desacuerdo. Política y Filosofía”. Ediciones Nueva Visión, 1996.
* Jacques Ranciere, “En los bordes de lo político”. Editorial Universitaria, 1994.

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